La Selección

Las historias del Tino Asprilla contadas por Caremonja

Quién es este publicista que desde los 13 años anda con el Tino, es su mejor imitador y por su ingenio ha ganado 6 premios de publicidad en Cannes. Especial de www.las2orillas.co


Faustino Asprilla y Víctor Manuel Osorio se bajaron de un Ferrari Spider F355, convertible, dos puestos, amarillo, edición limitada. Estaban prestos para entrar a la rythmoteque más famosa y costosa de Milán (Italia). Escoltándolos se encontraba el chofer de Faustino en una camioneta Grand Cherokee europea, llevada por sí necesitaban otro vehículo para subir las conquistas. Era 1999, tanto Faustino como Víctor Manuel se encontraban destellando triunfos; el primero había ganado cinco títulos en Europa con el Parma Fútbol Club y había sido nominado al Balón de Oro en dos ocasiones. Por su lado Caremonja acababa de ganar el premio al mejor comercial de televisión de bebidas gaseosas en los festivales de publicidad New York Festival y Ojo de Iberoamérica. Pero, además, su creativa campaña llamada Silogismo, hecha para Sprite, era un éxito en la península itálica.

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El termino vedette en Italia significa celebridad. Eso era Asprilla. Cuando los administradores del club lo vieron entrar le dieron la mejor vista, el sitio era tan exclusivo que la mesa tenía un cronometro -mesometro- que cobraba una lira por cada cinco minutos. Los colombianos pidieron una botella de champán Dom Pérignon servida en una cubeta repleta de fresas. Modelos, actrices y extranjeras se acercaban para tomarse una foto junto a la estrella del Parma que esa temporada se despedía del club. Las dos mujeres más guapas de la noche enviaron un mensaje con el mesero para saber sí podían acompañar a los tulueños. Una de ellas era una pelinegra italiana y la otra una despampanante rubia rumana, las dos desfilaban para una importante casa de modas europea.

Al cabo de unos minutos, la bella rumana le preguntó a Faustino por qué abrazaba, agradecía y hasta le hacía venias a su compañero, ¿sí es que el tipo era muy famoso o qué pasaba? Asprilla como buen colombiano presentó a su amigo con más títulos de los que tenía. Le contó que ‘Facha di Soura’ (Caremonja) era el hombre que se había inventado el famoso comercial Silogismo de Sprite, pero le aumentó un poquito: le aseguró que ‘Facha di Soura’ era el Director Creativo General de Coca Cola para Latinoamérica.

La rumana no se le volvió a despegar un segundo a Caremonja, le daba besos hasta en el pelo. Pasadas varias botellas de champán y de pagar tan solo por el cronometro de la mesa cerca de cinco millones de pesos colombianos, Faustino salió en su Ferrari con la italiana y Víctor Manuel con la rumana en la Grand Cherokee. Así, durante una semana la dupla tulueña se daba un banquete nocturno que finalizaba cada madrugada. Pero Faustino no exageraba presentando las cualidades de su mejor amigo. Un par de años después, Víctor Manuel Osorio se convertiría en uno de los pocos publicistas colombianos que ha ganado seis metales en el festival de publicidad más reputado del planeta, el Cannes Lions International. Algo así como los Oscar de publicidad. Como si fuera poco ha logrado ganar dos veces el Gran León de Oro, el máximo reconocimiento en el mundo publicitario.

Pero su compinchería comenzaría hace 30 años, una amistad férrea que los convertiría en aguijón y alacrán; vivir sin el otro, imposible. Tenían 13 años cuando en los mangones que separaban al barrio Popular de las grandes casas del barrio Alvernia, las galladas de niños llegaban a jugar fútbol. Faustino, siempre incansable, terminaba el partido con sus amigos y se pasaba a la cancha del frente para divertirse con los chicos de estrato seis. Aunque, contrario a lo que se muestra en la serie La Selección que emite Caracol Televisión, Faustino nunca fue pobre; el deportista creció en el seno de una familia clase media que todo lo tenía. Su papá, don Diego Asprilla era el jefe de calderas del ingenio azucarero San Carlos. Caremonja, regordete por aquella época, fue el primero en acercarse al delgado y ágil Faustino.

Los lazos se estrecharían un día que los niños del Alvernia tenían pactado un juego en el Club Campestre con los chicos del Sajonia, el otro barrio de ricos de Tuluá. A Caremonja se le ocurrió reforzar el equipo con aquel ‘pelado’ del Popular que hacía goles hasta con los ojos cerrados. Ganaron por goleada de manera que era indispensable invitar a Faustino todos los fines de semana. Como existía una regla ridícula en el club, donde los socios solo podían invitar una vez cada tres meses a un amigo, los chicos se dieron la maña para meter por el alambrado a su delantero estrella. Durante varios años Gilberto Navarrete, gerente del club, sacaba a empujones al inocente Faustino por no ser socio y porque su familia no tenía acciones en el club.

Muchos años después, en la cúspide de su carrera, Faustino habría de llegar a Tuluá en una lujosa camioneta. Al pasar por la casa del ingrato gerente Navarrete, el jugador estacionó su carro frente a su antejardín. Navarrete se paró de su mecedora y abrió sus brazos:

—Faustino, hombre qué más. Siga, bienvenido a mi casa.

—No señor, yo no vengo a su casa, pero recuerde que de ahora en adelante usted no me puede sacar ni del club ni del corazón de los tulueños, buen día viejo hiju…

 

La vida de Caremonja y el Tino estaba signada a cruzarse y quererse. Los dos nacieron el año en que los gringos le dijeron al mundo que el hombre había pisado la luna. Cuando cumplieron sus 15 primaveras ya se destacaba en todo cuanto los haría celebres: Faustino Hernán hacía parte de las divisiones inferiores del club Carlos Sarmiento Lora, mientras que Víctor Manuel realizaba creativos monólogos de humor en el club La Gran Fonda. Cuando hacían daños, los papás de ambos sabían que los encontrarían escondidos en la copa del árbol que había en el patio de los Asprilla, la casa de Faustino siempre tuvo aroma a guayaba, aquel fruto que lo perseguiría para siempre.

La ficción de la serie muestra a la madre de Faustino como obstáculo para los sueños de su hijo. Lejos de aquella paradoja, doña Marcela fue la gran alentadora de la carrera del futbolista. Aquella ama de casa, incluso, era quien le financiaba los viajes diarios para ir a entrenar a Cali. Lo mismo ocurría con Víctor Manuel, su madre era quien lo defendía cuando su papá le decía que de hacer reír a la gente no iba a vivir.

Adolescentes, cada uno debe tomar su partido. En 1986 el yugoeslavo Vladimir Popović, director técnico del Deportivo Cali, ve jugar a Faustino en una práctica contra su equipo profesional. Lo llama, pero le dice que por su fragilidad lo va dejar en el equipo de reserva para irse formando. Asprilla no aceptó y quedó un poco frustrado porque quería estar en el equipo de Valderrama, Redín y Aravena. A su vez, el papá de Víctor Manuel, lo matrícula en Arquitectura en una universidad de la capital del Valle, pero la frustración de encontrase con una carrera que no le apasionaba, lo hace renunciar en el tercer semestre.

Año y medio más tarde Faustino es fichado por el Cúcuta Deportivo, mientras Víctor Manuel convence a su papá para que patrocine sus estudios de publicidad en la Universidad Católica de Manizales. Deben dejar Tuluá. La primera vez que Asprilla moja prensa ocurre el día en que le marca dos goles al arquero insignia de Millonarios, Sergio Goycochea.  Aquel año de su debut profesional marca 17 goles y de inmediato es fichado por el Atlético Nacional.

En diciembre de 1988 y durante el resto de diciembres que vienen hasta que alguno de los amigos deje la Tierra, iniciarán un rito de fraternidad en la venta de comidas rápidas de los Moreno. Justo en la Carrera 32 con calle 25 en Tuluá. Allí, Faustino les cuenta cómo es jugar en un equipo profesional y Caremonja realiza parodias en plena calle. Entonces, Olmedo Gómez, Jhon Gallo, Osmiro Colonia, Fernando Galvez, Víctor Manuel Osorio y Faustino Asprilla, se convierten en los cinco dedos de una mano de mamagallistas.

Es diciembre de 1989, todos están en la esquina de los Moreno mirando a ‘Siete chichos” -como le decían desde niño a Asprilla porque se la pasaba aporreado-, se encuentran embelesados de lo que el jugador les cuenta del Nacional.  Ellos le preguntan por el pelo de Higuita. Sí Andrés Escobar con esa pinta conquistaba muchas mujeres. Por qué Leonel Álvarez era tan rudo y malgeniado. Cuando Faustino termina, sigue Caremonja con las historias que su amigo no quiere que se sepan. Por ejemplo, que el Nacional le regaló un Mazda 323 rojo, pero que el “afiebrado” Faustino se emocionó tanto que lo llamó a Manizales a decirle:

—Hola, Caremonja, pilla que me acaban de regalar un carro, todo iba bien, he volteado toda la tarde, pero éste “chechere” se apagó. Papi ¿sería que lo fundí?

—Fausto, ¿no será que hay que echarle gasolina?

Faustino es una estrella del Nacional en 1991. Al punto que se convierte en hombre indispensable del equipo, pero no deja de ser inquieto. Pronto el técnico Hernán Darío Gómez se entera que Asprilla ha comprado una Kawasaki KMX verde fluorescente de 125 centímetros cúbicos. La moto de alto cilindraje que utilizan los pillos para matar gente o para matarse en las curvas yendo para Sabaneta. Le piden que la venda o no volverá a ser alineado en la titular. Fausto se niega. Ricardo ‘el pipe’ Pérez le cuenta que a la oficina de cobro de uno de los capos del Cartel de Medellín ha llegado la orden de mandarle a robar la moto, porque no admiten que lo vayan a dejar en la banca. El avezado Asprilla, sin pensarlo dos veces se embarca en un viaje de más de 10 horas por carretera a guardar su juguete en la casa de Caremonja en Tuluá, porque su mamá también lo regañaba.

Víctor Manuel, más humorista que publicista, llega a Bogotá para hacer sus prácticas en la agencia Publicidad Toro BBD. Comparte apartamento en el barrio Cedritos con un muchacho que pronto también haría fama, el hoy cantante de vallenatos Peter Manjarrés. Por aquellos días Alfonso Lizarazo vio a Víctor Manuel contando chistes y lo invitó para que concursara en Sábados Felices, pero Caremonja quería consultarlo con sus amigos el diciembre que se avecinaba en aquella esquina de siempre. Por televisión ven como Faustino acapara los titulares del Torneo Preolímpico de Asunción, en el que Colombia consigue clasificarse a los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992. Asprilla es el primer jugador colombiano en ser vendido por la astronómica suma de siete millones de dólares al Parma de Italia.

Por derecho a Asprilla le tocaba el ocho por ciento de su venta al equipo italiano. Pero Sergio Naranjo (para la época presidente del Atlético Nacional), quien recibe todo el dinero, nunca le cancela su parte al jugador. La vida es una revancha. Años más tarde en plena candidatura a la alcaldía de Medellín, Naranjo llama a Asprilla para que lo apoye en la campaña, Fausto el memorioso sentencia:

—Doctor Sergio, ¿se acuerda del dinero con el que se quedó de mi venta al Parma?, tome lo que necesita de ahí. Hasta luego.

La estafa no amilana a Faustino que quería hacer historia y decide firmar. Sin embargo, le cuenta a los dirigentes italianos que su deseo es dejarle amoblada y pintada la casa a su mamá. Los ejecutivos le piden un número de cuenta. Cuando Faustino se acerca al Banco Conavi para saber cuánto le habían consignado de Parma, tuvo que repasar los ceros una y otra vez. Nunca jamás había tenido 300 millones de pesos en su poder. Del susto los saca todos en efectivo y se los entrega a su mamá para que construya una nueva casa. El viejo palo de guayaba es derrumbado y en el barrio Popular se levanta la primera mansión con piscina.

Asprilla llegó en el invierno europeo.  Se quería devolver. Había dos cosas que lo apartaban de aquellos ecos de apartamento vacío: hablar con su mamá y llamar a Caremonja para que le contara chistes. Hablaban a las dos de la mañana de Colombia, ocho en Italia. Se extrañaban tanto que Caremonja, como no tenía dinero para pagar las cuentas de teléfono, marcaba al apartamento de su amigo en Italia y entonces de manera rápida le decía: “¿adivina quién se casó en Tuluá?”, pero colgaba para que Fausto le devolviera la llamada. Doña Marcela, tuvo que viajar a Parma porque su hijo se iba a devolver. Allá lo regañó y en pocas palabras le dio un mensaje que jamás se saldría de su cabeza:

—Mijo’, ya hizo lo más: llegar. Ahora falta lo menos: triunfar. A Colombia no vuelve si no ha triunfado, hágalo por usted, por mi.

El primero de mayo de 1993 murió, víctima de un cáncer, la mamá de Faustino Hernán Asprilla Hinestrosa. El jugador cambió. Con el corazón apaleado como pelota de barrio humilde, Faustino se quería ir a la eternidad con su madre. Se quería tirar al hueco. A su regreso a Italia, para motivarlo, los directivos del Parma le hicieron una propuesta: “Si te quedas te regalamos el carro de moda, un Mercedes 500, convertible, gris”. No conforme con ello, Faustino aceptó con otra condición más: “pero el carro me lo ponen en Colombia, aquí pa’ qué”. Mientras tanto Caremonja se había convertido en el mejor copy (redactor publicitario) de la agencia en la que trabajaba, aunque no se ganaba ni un sueldo mínimo. Faustino en cambio figuraba como el mejor delantero de las eliminatorias al mundial USA 94’ y ganaba 120 mil dólares mensuales en el Parma.

El domingo 5 de septiembre de 1993, Faustino estaba enfermo. Tenía una fiebre de 38 grados y dolor en el cuerpo. No iba a ser alineado pero insistió. En Italia había aprendido unos trucos para ahogar la voz de los hinchas, entonces le pidió permiso a Francisco Maturana (técnico de la Selección Colombia) para salir en la previa del partido a la grama del Estadio Monumental de Buenos Aires. El objetivo era molestar a los seguidores argentinos. La gradería estaba atestada con más de 67 mil camisetas albicelestes que esperaban la salida de la selección de Batistuta y Goycochea.

Pero a Faustino se le ocurrió algo más. Le preguntó a Gustavo Mascardi, su representante, que sí desde su teléfono satélital se podía marcar a Tuluá, el argentino respondió afirmativamente y Faustino recitó el primer número que se le vino a la mente. Asprilla salió al centro de la cancha haciendo ‘veintiuna’ sin dejar caer el balón y con un inmenso teléfono negro en la mano. El público argentino se despachó en chiflidos y groserías, pensaban que estaba payaseando pero el teléfono en realidad estaba marcando a una casa en el centro del Valle del Cauca.

—¡Alo! Quihubo ‘Espanto’ ¿Sabes de dónde te estoy llamando?

—¿Fausto, sos vos o es Caremonja mamando gallo?

—¡Soy yo, Fausto, ome’! Háceme conversa para sacarle la putería a estos argentinos. Se va a caer éste estadio, papi. ¿No me estás viendo en tele?

— Ja ja ja ja, vos sos mucho malparido, Fausto. Ahí estás pintado…

Faustino le volvió a repetir la dosis a Goycochea, dos de los cinco goles de aquel recordado partido fueron del tulueño. Años después, Fernando Galvis, alias ‘Espanto’, se suicidó de un balazo en la sien.

En diciembre de 1993 Faustino recogió su Mercedes 500 en Buenaventura y emprendió su viaje hasta Tuluá. Raudo en carretera, capota abajo, Grupo Niche sonando en los parlantes y el tacómetro a 140 kilómetros por hora, Faustino se sobró en la curva de Punta Brava, llegando a Buga. Entonces, cayendo al río Cauca y esperando la muerte… un árbol de guayaba se atravesó arrebatándoselo a la eternidad. Pensó en su mamá. El árbol que lo detuvo emanó aquel olor a su niñez. Tal vez ella estaba allí para cuidarlo. Tal vez faltaba hacer historia.

 

Aquel diciembre en la esquina de los Moreno, Caremonja le avisó a sus amigos que iba a salir contando chistes en Sábados Felices. Todos le apostaron que no era capaz, incluso, Faustino le apostó un viaje a San Andrés. Perdieron. En febrero de 1994 Víctor Manuel Osorio, pasado de kilos, hizo reír a medio país. Se ganó $50.000 y una olla arrocera. Alfonso Lizarazo quedó encantado con el sketch del tulueño y lo invitó sin pasar filtros a los siguientes programas. Cuando descubrieron que era el mejor amigo de Asprilla, quien estaba de moda por ir al mundial del 94’, pero que además era su mejor imitador, Lizarazo lo contrató para actuar como el famoso jugador. Hasta hace poco, también, Caremonja fue el imitador de la voz de Asprilla en el programa de humor político, Los Rencauchados.

Antes de presentarse al mundial de Estados Unidos, la Selección Colombia jugó más de sesenta partidos de preparación. Encuentros por los que sacaba partido económico la Federación. El cansancio se notó. Fueron eliminados. El Parma vendió a Asprilla al New Castle de Inglaterra por 16.5 millones de dólares. Por aquellos días comenzó la moda en Colombia de usar las camisetas importadas de los equipos del fútbol europeo. Con el trabajo publicitario de Caremonja, el Tino abrió los almacenes Faustino Asprilla Sport. La creatividad fue explotada hasta en los malos momentos. En Medellín y Cali es recordada la valla publicitaria que hizo el ingenioso Caremonja para promocionar las tiendas de su amigo. Faustino acababa de ser expulsado del mundial Francia 98’. Entonces en una inmensa valla aparecía Asprilla triste, mirando sus guayos y junto a él uncopy que rezaba: “vendo guayos sin estrenar” Faustino Asprilla Sport.

El comercial más recordado en el que aparece el Tino también fue idea de Caremonja. En el popular spot aparece Faustino, sediento y bebiendo una desconocida gaseosa marca Fama. Justo cuando el director dice “¡corten!”, Asprilla vomita todo el liquido. Hay un fundido a negro y aparece un slogan que dice: “la imagen es nada tu sed es todo” Sprite.  Faustino recibió por el comercial 30 mil dólares, mientras Víctor Manuel fue premiado en los festivales de publicidad Nova, Fiap y New York Festival.

Las fiestas siguen. Parma, Londres, São Paulo, Río de Janeiro, Ciudad de México, Santiago de Chile, Buenos Aires y en todas las ciudades donde va a jugar el Tino, Caremonja es invitado por lo menos un fin de semana. En el año 2009, Faustino Asprilla se retira después de lograr un extenso palmarés. Su partido de despedida es organizado en Medellín por Víctor Manuel. Además, Caremonja le regala la producción y realización de un comercial hecho en Alta Definición, otra idea de premio. Faustino se dedica a descansar y a manejar sus negocios. La fortuna que hizo Faustino en sus 23 años de carrera deportiva la invirtió en tierras productivas de caña de azúcar. Quedan en el Ingenio San Carlos, donde su papá trabajó toda la vida. Sus cañaduzales se encuentran en comodato con la compañía Azúcar Manuelita. Negocio que le renta un promedio de 30 millones de pesos al mes. Es un mito urbano que Asprilla sea accionista o propietario de la compañía de buses S26.

La fortuna de Caremonja radica en los premios de publicidad que ha merecido en 25 años de carrera. En Cannes han pronunciado seis veces su nombre para que recoja lo que su cerebro cosechó: dos leones de oro, dos de bronce y uno de plata. Aunque en su casa no exhibe ninguno de los más de 300 galardones que ha recibido, al escudriñar un viejo cajón de su biblioteca, éste se convierte en una caja de pandora del que van emergiendo los dorados argumentos que confirman al “ingenioso hidalgo tulueño que lleva por dentro” como dice uno de sus colegas:  premios de la FIAP, The New York Festival, Sol Festival, Ojo de Iberoamérica, Nova y Clio reposan en su haber. Marcas como Coca Cola, Movistar, Unicef, Presidencia de la República, Home Center, Caracol Televisión, Chevrolet y El Tiempo entre otras,  encargan sus estrategias publicitarias al único hombre que hace reír y llorar a Faustino.

Hasta hace poco un redactor creativo junior -nuevo en la agencia de publicidad donde trabaja en las mañanas Caremonja- le parecía que el tulueño, de lo creativo que era, se inventaba las historias. Y es que sus respuestas, aunque sinceras, parecían increíbles:

—Víctor ¿cómo te fue el fin de semana, qué hiciste?

—Bien, chévere.

—Pero ¿qué hiciste?

—El viernes fui a Brasil para ver un partido. El sábado, apenas se acabó el partido, tomé un avión para ir a una fiesta en Argentina. Allí se alargó la rumba y nos regresamos de remate a Brasil y por eso es que llegué bronceado.

—No, pues sí. Tres países en un fin de semana. Ajá.

—Sí ve, para qué pregunta.

Era verdad. El Tino había llamado a Caremonja para que lo acompañara a un partido benéfico a Sao Paulo, después viajaron a Buenos Aires al cumpleaños de su ex representante Gustavo Mascardi y se regresaron a Brasil invitados por un jugador insignia de la verde amárela. Lo que no sabía el joven publicista es que Víctor Manuel Osorio Gómez y Faustino Hernán Asprilla Hinestrosa son, desde niños, los mejores amigos.

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